sábado, agosto 30, 2008

-Versión final de la entrevista- La ciudad de la Furia...

Les dejo la versión final de mi relato...





La Ciudad de la Furia.

Esa mañana me levanté, y era un día de invierno como cualquier otro. Me asomé por la ventana y hasta el canto de los pájaros estaba sedado por el frío. Entré a la cocina para tomar mi café ritual de las mañanas y me senté… Sola. Y desayuné; sola. El sentimiento de soledad lo sentía punzante por las mañanas. Extrañaba aquellas mañanas compartidas con él. Pero ojo, solo las mañanas. En el resto de las cosas estaba mejor así…
Tomé mi agenda para recordar que tenía que hacer ese día y allí estaban:
8.30 hs: Oficina
14 hs: dentista
18 hs: Lucila.
¿Lucila? Uy, prácticamente lo había olvidado. Quede en encontrarme con ella en el café de la esquina de su casa porque me dijo que tenía novedades de Gaby, mi entrañable amiga Gaby. Ella se había mudado a Misiones en busca de tranquilidad y “paz interior”. Y yo desde hacía tres años que trataba de continuar con nuestro vínculo a pesar de la distancia. Guardo los mejores recuerdos de ella. Fue la que supo estar en los momentos más difíciles de mi vida, y la única que siguió al lado mío a pesar de mis angustias. El resto de mi grupo de amigas cuando más las necesité desaparecieron ocultándose en sus quehaceres del hogar. Pero Gaby no, siempre estuvo ahí.

La tarde pasó como todas las otras, el tráfico insoportable, la gente dando codazos para subir y sentarse más rápido en los colectivos, nada que no ocurriese a menudo. Llegaron las seis de la tarde y yo me senté puntual en la mesa más cercana a la puerta para verla entrar. Y la vi. Siempre con su fuerza inquebrantable, característico de los genes de la madre. Siempre coqueta, arreglada y sagaz… Me aproximé a la puerta y la saludé agarrándola de la mano para que no vaya a tropezar con nada. En ese preciso momento nos sentamos y la miré tratando de encontrarme con su mirada, lo cual desde hacía ya dos años que no podía hacer. Esa maldita enfermedad –por cierto sin diagnóstico aparente- le nublaba la vista, al punto de hacerla percibir tan solo algunas formas o colores bien de cerca. Dos meses atrás de la noche a la mañana despertó sin poder ver prácticamente nada. Este mismo episodio lo había vivido un año antes justo en la misma época. ¿Curioso, no?
En fin. En esa internación estuve junto a ella porque su abuela ya era muy anciana y no toleraba sobresaltos, y además lo hice como mi amiga lo hubiera hecho por mí. Testaruda e hiperactiva como la mamá, Lucila se rehusaba a quedar internada, a hacer reposo y a escuchar por horas la televisión. Pero era necesario ya que los médicos necesitaban examinarla con la más exacta minuciosidad para lograr dar con el diagnóstico y así aplicar la medicina adecuada. Pero nada de esto ocurrió. Veinte días más tarde la llevé a su casa y la dejé con la misma energía de siempre pero con el sentido de la vista prácticamente destruido. Al verla se me fruncía el corazón… Pero no por lástima hacia ella, si no por la vergüenza que sentí de mi misma. Yo con 30 años más estaba muy lejos de esa fortaleza de espíritu.

-: ¿Cómo va eso Lu?
-: ¡Bien, muy bien por suerte! Tengo noticias para vos, hablé anoche con mamá y quiere volver…
-: ¿En serio? ¡Qué felicidad! ¿Cómo se lo tomó tu abuela?
-: Mmm, no le conté, esperaba que se lo cuentes vos…
-: ¿Vos sos loca? ¿¡Yo!? … No, de ninguna forma. Tu mamá es grande, si no quiso avisar por algo será…
-; Si ya se, pero mi abuela no para de decir que mas le vale que nunca vuelva, por traicionera, por habernos abandonado.

Una semana más tarde Gaby me llamo para darme la noticia ella misma. Lo extraño fue haberla escuchado tan triste y apagada. Creí que si había tomado la decisión de regresar era porque lo deseaba… pero su voz me decía lo contrario.
Me pidió que estuviera ahí cuando ella llegara, para alivianarle un poco el regreso, y para que el clima se distienda…

Días después me encontré parada en su casa, siempre con ese olor tan distintivo que me traía imágenes del pasado. Era la misma casa que yo frecuentaba desde pequeña, la cual había dejado de visitar hacía bastante tiempo, más exactamente desde que Gaby tomó la decisión de irse a Misiones… Su madre siempre creyó que su partida había sido culpa de mi influencia; nada más alejado de la realidad.
La esperaba ansiosa tomando mates con su hija y con su madre para ponerme un poco al tanto de las noticias.
Durante la espera, en mi mente se apretaban las mil y una preguntas posibles para hacerle a mi amiga, quería saberlo todo. Pero si hay algo que en estos años aprendí fue a intentar vencer mi ansiedad, porque así la gente se te aleja.
De todas formas me preocupaba como me fuera a encontrar Gaby. Después de tantos años…
¿Me verá rejuvenecida o más avejentada? ¿Tendremos tema de conversación? ¿Estará muy distinta? ¿Sería posible que después de tantos años nuestra amistad siga funcionando?
A la vista esta que de nada sirvieron tantos años de terapia para la lucha contra la ansiedad…

Para mi este encuentro era importante. Tenía la esperanza de que este reencuentro me devuelva una compañía, alguien con quien compartir mis cosas.

A la media hora llegó. Cansada, hastiada de tanto viaje. Por la cara de sorpresa comprendí que había olvidado su pedido hacia mí; de todas formas rápidamente se puso a acomodar todo y colocó la pava en el fuego, como en los viejos tiempos.
La miró a su madre, quien no podía disimular su cara de resentimiento, y Gaby se acerco a abrazarla. La anciana solo amagó un recibimiento del mismo.

Luego nos sentamos, ella frente a mi, nos miramos, nos examinamos. Nuestros ojos se posaban en la otra tratando de redescubrirse, notando los cambios y reconociendo esas cositas que ni el tiempo te mata… Fueron cinco segundos, o tal vez muchos menos, pero pareció toda una eternidad. Nuestros rostros fueron viviendo diferentes transformaciones. Primero de sorpresa e inquietud, después de ternura y fue terminando en risas y llantos de emoción. Había tanta historia en esas miradas… Tantos puntos de conexión entre las emociones vividas en tan disímiles circunstancias. Y claro, nos paramos y nos abrazamos, fue instantáneo.

El agua para el mate estaba lista. Su mamá se fue, no estaba dispuesta a hablar con su hija, y menos adelante mío. Pero Lucila se quedó… Mientras los mates iban y venían me contó toda clase de aventuras, clima y selvas, tucanes y serpientes, plátanos y guaraní.

Gaby:- Allá el clima, la flora y la fauna es de selva amazónica y bosque subtropical. Antes de irme me moría de miedo de los bichos que pudiese encontrar, pero cuando llegué enseguida se me fueron. El pueblito llamado Puerto Piray era mi nuevo hogar. Llegué hasta ahí por un contacto del jardín de infantes, en el que trabajé toda mi vida acá en Buenos Aires. En este pueblo hay casas destinadas para gente como yo que busca paz, armonía y contacto con la naturaleza. Todos en la misma situación… laburantes, gente de Buenos Aires, Rosario, Córdoba, etc. Si ves ese paisaje te morís, no sabes lo que es. Las casitas están distribuidas en la base y la cima de un cerro.
Por primera vez en mi vida descubrí la naturaleza, si, a mis 40 y largos. Nunca te aburrís, siempre había algún arroyito, algún nido de tucanes, limoneros, mangos. De todo.

(A todo esto, Lucila se veía un poco incómoda con el relato de su mamá, tenía una mirada de recelo.)

Nuestra conversación continuó… Mates van, mates vienen. La tele prendida, el horno encendido, la radio sonando de fondo.

Yo:- ¿Y te hiciste amigos allá? ¿Te hicieron sentir cómoda?

Gaby: - Si, totalmente. Muy diferente la gente de allá de la de acá. Acá estamos en quinta todo el día. Allá arrancan a la mañana en tercera y después del mediodía bajan a segunda o primera. Es otro ritmo. Y mis relaciones con la gente fueron de todo tipo y en todo ámbito. En Misiones logré retomar mi trabajo como maestra y conocí mucha gente. Mucha. De todos lados, ya sea gente nativa de la zona, gente en la misma situación que yo. Y bueno la mezcolanza es importante. Hay mezcla de cultura aborigen con cultura polaca y alemana. En el pueblo la gente es pobre, pero no indigente, no se mueren de hambre porque son ricos.

Yo: No te entiendo.

Ella:- Claro, tienen la tierra y el conocimiento. Esa es su riqueza. Vos cualquier cosa que tiras al piso crece. Todo crece. Y se curan, se curan sin médicos ni cosas sofisticadas. Se curan con sus plantas medicinales. Y de los alemanes y polacos tienen la herencia de las chacras propias. Todos tienen su espacio para sembrar y cosechar lo que se les de la gana. ¡En ninguna casa falta la mandioca!
Lo que si se perdió fue la pesca. Con toda esta cuestión de las papeleras arruinaron el Paraná. Es muy común ver a los chicos con sarpullidos y cosas raras en la piel. A mi misma me paso con mis alumnos. Un desastre. Pero esa no es la gente viste… ¡Son ellos!

Yo:- ¿Ellos quienes?

Ella:- Los políticos, los empresarios… Hacen plata a costa de la salud de la gente. Horrible. Pero viste… Todo en algún momento vuelve.

Miraba a mi amiga, y notaba cambios, todo lo que me contaba me extrañaba… Porque siempre ha sido una luchadora pero se ve que esta experiencia la acercó a otras realidades que hicieron más profundo su instinto de lucha.
Y después de tantas idas y vueltas en el relato y tantos recuerdos a flor de piel se fue quebrando…

Gaby:- Yo vivía tranquila viste... Sin ruidos. Me asomaba por la ventana y veía el cerro, los arroyos, el río. Nada de escuchar el 21 ni el 60. Allá los chicos se manejan solos... Me olvidé de los relojes. Completamente. El día lo marcaba el sol y el calor. A la tarde si o sí parabas, el calor te exigía parar.
Pero bueno, viste como están las cosas acá… Después de casi 6 años viviendo allá y charlando por la computadora con Lu – porque mi mamá es reacia a la tecnología y conmigo misma desde que tomé la decisión de alejarme- no lo aguanté más. Ya la situación de los médicos de Lu no la podía vivir más de lejos, ella me necesita… y vos lo sabes mejor que nadie.
¿No es así Lu? ¿No te hacía falta mamá?

Lucila con lágrimas en sus ojos y una furia incontenible tan solo la miró e hizo un gesto con la cabeza, como asintiendo, o algo así. Pero Gaby no le prestó atención… Siguió charlando.

Gaby:- Y bueno, entonces tuve que poner las cosas en la balanza. Yo estaba muy cómoda allá. Encontré esa paz que toda mi vida había estado buscando. Me arrepentí de no haberlo buscado antes, si así hubiese sido me hubiera ido con Lu cuando era chiquita. Ella se habría acostumbrado a estar allá. Cuando le conté mi decisión y le propuse que me acompañe, me contestó que ni loca dejaba su gente, sus estudios y su ciudad.

Lucila:- ¡¿Y más bien, que iba a hacer internada en la selva con vos sola?! Además… la abuela no se puede quedar sola, ¡no se como nunca pensaste en eso!

Nuevamente Gabriela no prestó atención… y continuó diciendo:

Gaby:- En fin, al atardecer de Piray recordaba a SODA, esa banda que siempre me volvió loca… Recordaba su frase “La ciudad de la furia”. Para mi Buenos Aires representaba eso, La ciudad de la Furia. Cero compañerismo, cero valores. La gente piensa en si misma… En Misiones se vive en comunidad. Todos somos iguales allá. Indígenas, polacos, alemanes, cordobeses, misioneros, porteños… Somos todos uno junto con la madre tierra.
Pero bueno, lamentablemente pasó esto con Lu, Dios sabrá porque le hace sufrir esta enfermedad y me tuve que volver –acá Gaby inició su llanto- yo no quiero estar acá, me hace mal. Pero debo cumplir mi rol de madre, Lu me necesita.

En ese preciso momento, una oleada de furia subió por el cuerpo de la adolescente. Y para nuestra sorpresa derramó con enojo la tasa de té que estaba bebiendo. Comenzaron a discutir en un tono que oscilaba la furia y el dolor. Lágrimas corrían por las mejillas de su hija, reprochando el abandono que sintió todos estos últimos años y la imposibilidad de independencia que le hizo sufrir su propio cuerpo. Imagínense las sensaciones de esta pequeña mujer. Sola en Buenos Aires, tratando de crecer y aprender a manejarse por la vida como adulta, a cargo de su abuela que no goza de buena salud y lejos de su madre, la cual encima ahora le reprocha su regreso.

A todo esto la abuela había estado escuchando detrás de la puerta y angustiada entró a la cocina para sumarse a los reproches y reclamos hacia su hija. Hablaba por encima de sus voces de este tema y de miles de conflictos familiares más. Y yo en el medio, me sentía culpable. Culpable por haber causado esta situación indirectamente, sin quererlo. Habría sido mejor visitarla mas adelante a Gaby, una vez que ella se haya reintegrado a su hogar.

Los utensilios seguían volando por la cocina y los reproches se acrecentaban, el clima era tenso. Y Lucila dijo las palabras finales que le dieron cierre a mi visita.

Lu:- Y mas bien ¡! ¿Como no te ibas a volver? ¡Tenía que ir a mil médicos por día, tomar cientos de remedios y hacerme un montón de análisis! ¿Qué pretendías que los haga sola? Encima la abuela no se puede ni mover… ¿Claro, es fácil darse media vuelta e irse no? ¿Eso es lo que me querías enseñar? Estoy muy en desacuerdo.

Gaby:- No seas así. A mi también me hizo muy mal estar lejos tuyo, pero no podía volver, ¡Buenos Aires no es mi lugar!

Lu:- Por favor, no seas hipócrita.
Y además… ¡Siempre hablando de “acá” y de “allá” como una estúpida como si el haberte ido a otro lugar te hubiera modificado la vida! ¡El cambio se genera dentro y no fuera. Date cuenta, no seas chiquilina. Ni yo te creo que allá estabas bien. Son dichos tuyos, estas todo el tiempo encubriéndote con tus malestares en vez de hacer algo al respecto ¡Me canse, no te soporto más!

Portazo…
Nos quedamos heladas... Mi amiga y yo… La abuela seguía quejándose de otras cuestiones y mi amiga me dijo con lágrimas en los ojos y temblores en el cuerpo luego de la acalorada discusión:

Ella:- ¿Viste? ¿Que te dije? ¿Ahora lo ves claro? ¡Esta chica esta mal, la tengo que sacar de acá! Es por esto mismo es por… ¡La ciudad de la Furia!







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