martes, junio 10, 2008

-Relato a partir de un testimonio- La ciudad de la furia (versión I)

La Ciudad de la Furia.

Hacía unos días había llamado a mi vieja amiga de la infancia, a la cual no veía desde hace muchos años. Me enteré por casualidad que se había ido a vivir a Misiones porque su marido (ingeniero) tenía una buena propuesta de trabajo en ese lugar. Me afligió no haberla podido despedir. Pero nuevamente, gracias al “chusmerio” me avisaron que estaba de regreso en Buenos Aires.

Le pregunté si no quería que nos juntemos para contarme la experiencia de su viaje.
Estaba segura que iba a disfrutar compartir su relato conmigo, siempre fue muy charlatana. Mi idea era ir a algún barcito tranquilo para tomar el té. Pero me dijo que estaba llena de cosas para hacer, y que si me podía acercar a su casa.
Accedí. El compromiso era el martes por la tarde.

---------------------------------------------------------------

Entre al particular hogar, siempre con su olor tan distintivo, que traía tantas imágenes del pasado a mi cabeza. Era la misma casa que yo frecuentaba desde pequeña. Había unos cuantos perros dando vueltas, la abuela cocinando como siempre y aunque parezca increíble, silencio… Creo que llegué en buen momento.
Esperándola ansiosa aproveche a tomar unos mates con su hija y con su madre (abuela y anfitriona del hogar) para ponerme un poco al tanto de las noticias. Ellas estuvieron presentes a lo largo de toda nuestra conversación.
Durante la espera, en mi mente se apretaban las 1.000 y una preguntas posibles para hacerle a mi amiga. Pero me dije… tranquila no pienses tanto, si viniste acá a escuchar.
Estos encuentros generan un poco de ansiedad. Después de tanto tiempo uno se preocupa acerca de lo que el otro pensará de uno mismo, ¿me verá rejuvenecida o más demacrada? ¿Tendremos tema de conversación? ¿Estará muy distinta?
Sencillamente: me asechó el sentimiento de la incertidumbre. ¿Sería posible que después de tantos años nuestra amistad siga funcionando? Para mi este encuentro era importante, estaba pasando por un mal momento personal y me sentía mas sola que nunca. Tenía la esperanza de que este reencuentro me facilite una compañía, alguien con quien compartir mis tristezas.
A la media hora llegó. Cansada, hastiada de tanto trabajo y responsabilidades, discutiendo con la nena mas chica. Por la cara de sorpresa comprendí que había olvidado nuestro encuentro; de todas formas rápidamente se puso a acomodar todo y colocó la pava en el fuego, como en los viejos tiempos.
Nos sentamos, una enfrente de la otra, nos miramos, nos examinamos, nos reconocimos, notamos nuestros cambios y similitudes. Fueron cinco segundos, o tal vez muchos menos, pero pareció toda una eternidad. Nos paramos y abrazamos, fue instantáneo.
El agua para el mate estaba lista. Y para no perder el tiempo e irnos por las ramas la apuntalé directo a la pregunta que me había servido de excusa para estar allí. Le pregunté acerca de su viaje. A lo largo de su relato se generó en mí una situación muy particular, su pasión al relatar la experiencia vivida me hizo sentirlo, casi como si estuviera allí.

Ella:- ¿El viaje? Bien, excelente. Inolvidable. Guardo los mejores recuerdos.

Yo:- ¿Y porque esa decisión tan apresurada de dejarlo todo para ir a un lugar completamente diferente como supongo que es Misiones?...

Ella:- Mira, no se, estaban muy mal las cosas acá, vos sabes que siempre le tuve miedo al desarraigo, a alejarme de mi familia, pero creo que fue la oportunidad para irme lejos, y tratar de alejarme un poco de los problemas de “acá”. Me animé, fue eso… Me animé

Yo:- ¿Y con los chicos como hiciste? ¿Dejaron todas sus cosas acá y se fueron?

Ella:- No, me llevé a los dos más chicos. Los dos más grandes se quedaron acá con mamá. No estaban dispuestos a dejar sus estudios ni su gente. Fue difícil, que se yo.
Encima jamás me imagine ir justo a esa provincia. Antes de irme pensaba en los bichos, las serpientes, el calor y no quería saber nada. Pensá que “allá” el clima, la flora y la fauna es de selva amazónica y bosque subtropical. Pero cuando llegué enseguida todos esos miedos se me fueron. El pueblito llamado Puerto Piray era nuestro nuevo hogar. Ahí estaban las casas destinadas a los trabajadores de la empresa Alto Paraná S.A. donde fue a trabajar mi marido y éstas quedaban distribuidas en la base y cima de un cerro. Impresionante.
Por primera vez en mi vida descubrí la naturaleza, si, a mis 40 y largos. Nunca te aburrías, siempre había algún arrollito, algún nido de tucanes, limoneros, mangos. De todo.

(A todo esto ya se percibía un clima pesado. Las miradas de su hija eran fulminantes desde que había empezado el relato. Lo noté enseguida, pero no entendí porqué.)

Yo:- ¿Y la gente? ¿Que tal la gente del lugar?

Ella:- Muy diferente la gente de “allá” de la de “acá”. “Acá” estamos en quinta todo el día. “Allá” arrancan a la mañana en tercera y después del mediodía bajan a segunda o primera. Es otro ritmo. Y mis relaciones con la gente fueron de todo tipo y en todo ámbito. En Misiones retomé mi trabajo como maestra y conocí mucha gente. Mucha. De todos lados, ya sea gente nativa de la zona, gente en la misma situación que nosotros, es decir... radicados allá por laburo. Y bueno la mezcolanza es importante. Hay mezcla de cultura aborigen con cultura polaca y alemana. En el pueblo la gente es pobre, pero no indigente, no se mueren de hambre porque son ricos.

Yo: No te entiendo.

Ella:- Claro, tienen la tierra y el conocimiento. Esa es su riqueza. Vos cualquier cosa que tiras al piso crece. Todo crece. Y se curan, se curan sin médicos ni cosas sofisticadas. Se curan con sus plantas medicinales. Y de los alemanes y polacos tienen la herencia de las chacras propias. Todos tienen su espacio para sembrar y cosechar lo que se les de la gana. ¡En ninguna casa falta la mandioca!
Lo que si se perdió fue la pesca. Con toda esta cuestión de las papeleras arruinaron el Paraná. Es muy común ver a los chicos con sarpullidos y cosas raras en la piel. A mi misma me paso con el nene. Que desastre. Pero esa no es la gente viste… ¡Son ellos!

Yo:- ¿Ellos quienes?

Ella:- Los políticos, los empresarios… Hacen plata a costa de la salud de la gente. Horrible. Pero viste… Todo vuelve.

Yo:- ¿Y que pasó? ¿Por qué volviste?

Ella:- Mira… La que más se había adaptado fui yo. Para mi eso era el paraíso. Nunca pensé que el contacto con la naturaleza podía ser tan placentero y hermoso. Fue una experiencia inolvidable, recién ahí me di cuenta de que en Buenos Aires estamos muy lejos de poder vivir esas cosas. Además, vivía tranquila. Sin ruidos. Me asomaba por la ventana y veía el cerro, los arroyos, el río. Nada de escuchar el 21 ni el 60. Los chicos se manejaban solos, era todo tan seguro que no hacía falta levantarme para ir a buscarlos. Me olvidé de los relojes. Completamente. El día lo marcaba el sol y el calor. A la tarde si o sí parabas, el calor te exigía parar.
Pero mi marido y los chicos no se adaptaron muy bien. Mi marido extrañaba la ciudad, ir al cine y los chicos extrañaban a sus hermanos y al resto de la familia.
Yo me fui muy desencantada, muy decepcionada de la gente de “acá”. Siempre tengo en la cabeza la imagen de Buenos Aires como dicen los de Soda, La ciudad de la Furia. Para mi Buenos Aires se había convertido en eso. En la ciudad de la furia.
A pesar de todo esto, en Misiones, las cosas funcionaban bien, hasta que mi hija más grande se enfermó.

(La hija pone una postura erguida y escucha atentamente, aumentando su tensión.)

Ella:- Se enfermó muy grave de la vista, ahora ve muy poquito y mi mamá sola no podía con la situación. Ella ya esta muy grande para estos sobresaltos… Así que me tuve que volver. Si no hubiera pasado lo de mi hija me quedaba. Pero las cosas salieron así. Yo me tendría que haber dado cuenta antes, me tendría que haber ido cuando mis hijos eran chicos todavía.

En ese preciso momento, una oleada de furia subió por el cuerpo de la adolescente. Y para nuestra sorpresa derramó con enojo la tasa de té que estaba bebiendo. Comenzaron a discutir en un tono entre furioso y angustiado. Lágrimas corrían por las mejillas de su hija, reprochando el abandono que sintió en ese momento y la imposibilidad de independencia que le hizo sufrir su propio cuerpo.
A todo esto la abuela angustiada hablaba por encima de sus voces de este tema y de miles de conflictos familiares más. Y yo en el medio, me sentía culpable. Culpable por haber causado esta situación indirectamente, inconscientemente.
Los utensilios seguían volando por la cocina y los reproches afloraban.

Hija:- Y mas bien ¡! ¿Como no te ibas a volver? ¡Tenía que ir a mil médicos por día, tomar cientos de remedios y hacerme un montón de análisis! ¿Qué pretendías que los haga sola?
Y además… ¡Siempre hablando de “acá” y de “allá” como una estúpida como si el haberte ido a otro lugar te hubiera modificado la vida! ¡El cambio es interior, no exterior! Date cuenta, no seas chiquilina. Ni yo te creo que allá estabas bien. Son dichos tuyos, estas todo el tiempo encubriéndote con tus malestares en vez de hacer algo al respecto ¡Me canse, no te soporto más!

Portazo…
Nos quedamos heladas... Mi amiga y yo… La abuela seguía quejándose de otras cuestiones y mi amiga me dijo con lágrimas en los ojos y temblores en el cuerpo luego de la acalorada discusión:

Ella:- ¿Viste? ¿Que te dije? ¿Ahora lo ves claro? ¡Esta chica esta mal! Es por esto mismo es por… ¡La ciudad de la Furia!

No hay comentarios: